Si sientes que has perdido el control sobre tu vida, y que ya no puedes sentirte bien por mucho que te lo propongas.
Si con frecuencia sientes que tienes “los nervios a flor de piel”.
Si percibes como amenazantes multitud de situaciones que antes vivías como inofensivas.
Si notas dificultades crecientes en tus relaciones.
Si te sientes solo, desatendido o incomprendido
Si tienes síntomas psicosomáticos relacionados con estrés, como insomnio, dolores de estómago, dolores de cabeza, falta de deseo sexual, etc.
Si sufres algún tipo de adicción
Si te encuentras desorientado, confuso, insatisfecho, o simplemente consideras que no eres feliz.